El mundo de la mentira
- Abraham David Nissan

- hace 3 días
- 2 Min. de lectura

El mundo de la mentira en la política: un espejo roto de la sociedad
La política, en su esencia, debería ser un espacio de servicio: un puente entre las necesidades de la sociedad y la capacidad colectiva para resolverlas. Sin embargo, desde hace décadas se ha ido configurando un fenómeno oscuro y cada vez más evidente: el mundo de la mentira. No se trata solo de declaraciones falsas o promesas incumplidas; es un sistema emocional, mediático y psicológico que rodea al poder y moldea nuestra percepción de la realidad.
En política, la mentira se ha convertido en una herramienta funcional. No siempre aparece como falsedad directa; muchas veces toma formas más sofisticadas: medias verdades, silencios estratégicos, datos descontextualizados o narrativas diseñadas para manipular emociones antes que razonamientos. La mentira política no busca convencer: busca mover, generar una respuesta instintiva que mantenga a las masas divididas, confundidas o temerosas.
Se sabe que una sociedad fragmentada es más fácil de gobernar. Donde no hay consenso, florece el caos; y donde hay caos, la mentira se erige como aparente “orden”, incluso si está construida sobre cimientos frágiles.
El mundo de la mentira política está sostenido por un engranaje más amplio: medios, redes sociales, campañas, consultores, propagandistas, tendencias digitales y aparatos de comunicación. La ciudadanía no recibe información: recibe espectáculos. La política se transforma en teatro, y el discurso público en un guion escrito para generar titulares, no soluciones.
Así aparece la ilusión de que “todo está bajo control”, “todo está peor de lo que parece” o “solo un líder puede salvarnos”. Las mentiras políticas no buscan claridad; buscan adhesión emocional.
En este entorno, el ciudadano común queda atrapado entre dos mundos: el de su vida real —trabajo, familia, necesidades— y el del ruido político, que invade cada pantalla y conversación. Sin tiempo para verificar hechos, la gente absorbe impresiones, y esas impresiones se convierten en convicciones.
La mentira política se alimenta de esta falta de pausa. Cuanto menos tiempo para pensar, más fácil es moldear el pensamiento colectivo.
Resulta demasiado sencillo culpar solo a los líderes. La verdad incómoda es que la mentira política también funciona porque la sociedad la permite o la prefiere. Las noticias que confirman prejuicios se consumen más que las que cuestionan. Los relatos simples atraen más que los complejos. Y la ilusión, muchas veces, es más cómoda que la realidad.
El mundo de la mentira, por lo tanto, no es solo el mundo de los políticos: es un espejo roto donde todos participamos, consciente o inconscientemente.
Superar este fenómeno no depende de una sola figura o institución. Implica recuperar el valor de la honestidad, del pensamiento crítico y del debate real. Implica ciudadanos que pregunten más y reaccionen menos. Implica líderes capaces de decir verdades incómodas, incluso cuando no son populares.
En un mundo saturado de narrativas falsas, la verdad no es un lujo filosófico: es un acto de resistencia.




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